TRES SONETOS GRIEGOS

( 1 ) I F I G E N I A

Todos lo saben pero nadie comenta
el secreto que contamina los murmullos del verano.
Las gaviotas acabaron todas sus nidos
al mismo tiempo. Ifigenia ya puede morir.

Los griegos se desperezan allá abajo
en una playa que está seca de lujuria.
La arena transporta el monosílabo asesino.
El brujo leerá las entrañas de su hermana.

Ifigenia apoya la mano en el pecho del viejo
como una gaviota que intima con la hierba del médano.
El sol de Grecia empolla nuestra historia.

Incesto formidable parido en mil insomnios.
En el horror y en el coito late el mismo llanto.
Solo la muerte de una virgen puede hacerle justicia.




( 2 ) A G A M E M N Ó N

Sacrificio de pactos familiares, despedidas,
barcos que se cruzan, geometría
de humo de hogar, primer refugio
de la vejez, que hace temblar las ingles, las rodillas.

Agamemnón lo siente cuando ve partir a Ifigenia.
Con ella parten los motivos del deseo,
parte la aventura, y para siempre parten
los religiosos perfumes del incesto secreto.

Destino de soldado en retirada, ver que la batalla
se libró sobre el cuerpo de una niña violada, que la guerra
al fin la gana ausente, un monarca salvaje.

El viento oscurece la ensenada, y como el viejo,
silba y cecea en su lengua oceánica, trayendo
una nueva soledad, un nuevo infierno.




( 3 ) C L I T E M N E S T R A

Mil generaciones aun serán responsables
por la primera mentira de la mano entre las piernas,
por la moral de Clitemnestra, la madre puritana
de los teatros, de la histeria, de las falsas respuestas.

Ningún niño sabe cuando es engendrado, ní el tropel
de imágenes que lo esperan para formar su mente.
Guerreros metálicos y ninfas de durazno, olores
de correajes sudados y mantas de cuero de cabra.

Triángulos rotos por estructuras más complejas.
Ifigenia ardiendo en la hoguera del bosque,
y en la puerta del palacio, Clitemnestra sonriente

sabedora de pornografías ancestrales, de sensualidades
que solo por legado de madre se aprenden, y nos tomaron
los mejores treinta siglos de sueños y aun nos habitan.


JH enero 2006

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